martes, 22 de septiembre de 2015

Elegia. Joan Manuel Serrat/Miguel Hernández

Muchas maneras de empezar este post.
Hoy me levanté especialmente taciturno, o más bien me fui  poniendo según iba avanzando la mañana porque este post iba ser dedicado a Serrat y Miguel Hernández, excelso poeta prematuramente muerto en 1942 en las cárceles franquistas, pero con "Canción última", que tampoco es moco de pavo, pero vamos, "Elegía" la supera con mucho en cuanto a los niveles de stress de amargura...y reconozco que siempre me emociono este poema.
Otro modo de abordar el post. Serrat en estado puro, Serrat en uno de sus tres trabajos cúspide dentro de su trayectoria castellanohablante, a saber, "Mediterraneo", "Serrat canta a Machado" y "Miguel Hernández", este último trabajo publicado en 1972 y conocido también como "el negro". Serrat situándose entre los mejores poetas del castellano.
Otra manera más. "Elegia", poema lúgubre por excelencia dentro de la poesia castellana...comparable a "La desesperación" de Espronceda.. Con imagenes absolutamente impactantes que desbordan amor por el amigo perdido, el sentimiento real de "pérdida irreparable", ese concepto tan manido.
Finalmente. Serrat popularizando la poesia castellana como ningún interprete antes había hecho. Y tanto en este caso como en el de Antonio Machado impulsó de una manera impensable el conocimiento, cuanto menos superficial, de estos grandes poetas y a muchos nos abrió el camino de la lectura poética más allá de ponerle "tonillo" a los versos. Impecable, por cierto, la adaptación musical que hace Serrat en este y en otros casos de modo que hace indisoluble, a quien lo escuchó, la letra del poema y la música que lo acompaña.
Merece la pena morir para amar o sentirse amado así...

(En Orihuela, su pueblo y el mío, 
se nos ha muerto como del rayo Ramón Sijé, 
con quien tanto quería...) 

Yo quiero ser llorando el hortelano 
de la tierra que ocupas y estercolas, 
compañero del alma tan temprano. 

Alimentando lluvias, caracolas, 
y órganos mi dolor sin instrumentos, 
a las desalentadas amapolas 

daré tu corazón por alimento. 
Tanto dolor se agrupa en mi costado, 
que por doler, me duele hasta el aliento. 

Un manotazo duro, un golpe helado, 
un hachazo invisible y homicida, 
un empujón brutal te ha derribado. 

No hay extensión más grande que mi herida, 
lloro mi desventura y sus conjuntos 
y siento más tu muerte que mi vida. 

Ando sobre rastrojos de difuntos, 
y sin calor de nadie y sin consuelo 
voy de mi corazón a mis asuntos. 

Temprano levantó la muerte el vuelo, 
temprano madrugó la madrugada, 
temprano está rodando por el suelo. 

No perdono a la muerte enamorada, 
no perdono a la vida desatenta, 
no perdono a la tierra ni a la nada. 

En mis manos levanto una tormenta 
de piedras, rayos y hachas estridentes, 
sedienta de catástrofes y hambrienta. 

Quiero escarbar la tierra con los dientes, 
quiero apartar la tierra parte a parte 
a dentelladas secas y calientes. 

Quiero mirar la tierra hasta encontrarte 
y besarte la noble calavera 
y desamordazarte y regresarte. 

Volverás a mi huerto y a mi higuera, 
por los altos andamios de las flores 
pajareará tu alma colmenera 

de angelicales ceras y labores. 
Volverás al arrullo de las rejas 
de los enamorados labradores. 

Alegrarás la sombra de mis cejas 
y tu sangre se irá a cada lado, 
disputando tu novia y las abejas. 

Tu corazón, ya terciopelo ajado, 
llama a un campo de almendras espumosas, 
mi avariciosa voz de enamorado. 

A las aladas almas de las rosas 
del almendro de nata te requiero, 
que tenemos que hablar de muchas cosas, 
compañero del alma, compañero.





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