Se trata de una canción ligera, chicle, pegadiza, de estribillo ácil y por eso tan taladrantemente persistente dentro de la cabeza y, posteriormente, del imaginario de la música que a un se le ha quedado a través del paso de los años. Sonó tanto, se escuchó tanto que, inevitablemente, queda asociada a unos momentos y a unas vivencias porque se escuchaba permanentemente y servia como banda sonora, lo quieras o no, de lo que uno estaba haciendo en esos años.
Y en mi caso yo no era muy de Mecano, al menos en su primera época, pero inevitablemente me vienen recuerdos de los viajes diarios en tren camino de la universidad, De tarde a la hora de la siesta, después de comer, en que asistía al turno vespertino de mi facultad, del sabor a café de la cafeteria nada más llegar, a conversaciones de vagón de ferrocarril, a las modificaciones que el perfil de Madrid iba experimentando a principios de los 80 y que se podían observar según te acercabas a la urbe.
Cómo una sencilla, simple canción puede contener elementos para nada sospechados en la misma.
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